El casi músico.

Luz encendida. La ventana la impulsa con fuerza hacia el exterior, donde él la observa.

Finas cortinas, persiana por la mitad y una de las ventanas entreabierta. Es un quinto piso.

Ciertos acordes lo inspiran más que otros. Algún pensamiento llega a su cabeza cuando una nota se mantiene durante el rato que suenan otras.

Lleva auriculares. Observa el vaivén de las cortinas, como si fuera alguien desde atrás que las mueve, pero no se ven sombras.

Podría haber sido músico. Tocaba guitarra, piano y bajo. Le gustaba ese mundo.

Algunas letras también lo inspiraban, quizá, una voz podría ponerlo a escribir, o un susurro con una melodía armoniosa a componer. Pero ya no.

Por aquella ventana calló un paquete muy pequeño. Se posó con más suavidad de la que debería en su regazo. Lo observó con ansia, era lo que buscaba.

La música que salía por aquellos auriculares se silenció, él se levantó y su mono ocupó cualquier pensamiento pasado.

Pudo ser rock, pudo ser escenario. Pudo quizá llegar a ser algo.

Huella.

Quizá demasiada lluvia o tal vez demasiada reflexión, quien sabe.

No se ven charcos. Queda la arena que se acumula en ellos, pero no el agua. Tampoco se ve la marca de gasolina con forma de arcoiris que se forma en el asfalto mojado.

Pero queda una huella de neumático. Solo la puedes ver de cerca. Si no sabes que está ahí, puedes pasar de largo, pero si lo sabes, vas condicionado y siempre acabas mirando de reojo. Aunque claro, si quieres mirar directamente no creo que nadie esté por allí para impedirlo.

Parece una tontería, una simple huella de neumático, pero si te pones a pensar, alguien tiene que haberla dejado allí. Sutilmente, sí, pero alguien ha pisado de más el acelerador o llevaba un sobrepeso de equipaje.

Se puede descartar el frenazo, es un aparcamiento. Aunque ese frenazo, no descarta un gatillazo que provocara un acelerador pisado con algo más de fuerza de lo normal.

El sobrepeso puede estar causado por algo emocional o comestible en los cinco ocupantes de un coche, a la vez. Puede que fueran 6, no lo han descartado todavía.

Escribo descartado, plural, porque parece ser que hay dos personas implicadas en la resolución de este complicado caso.

Estas personas todavía no diferencian en una huella, de que lado es el neumático ni si es delantera o trasera, lo que complica su labor. Pero, todavía nadie ha metido prisa para esta resolución, se analizan compuestos químicos, se hacen cálculos de física avanzada para saber si la causa se debe a una aceleración o un sobrepeso y están llevando a cabo mediciones de longitudes, latitudes y coordenadas de posibles sucesos similares.

Quizá estamos ante un caso sin precedentes, o quizá solo es una huella en serie que va apareciendo en más y más sitios.

Pondré la historia en algún sitio de internet. Si alguien sabe algo, o le ha pasado algo parecido deberá ponerse en contacto con su mecánico confianza y a lo mejor puede ayudar. Lo más probable es que no, o que quiera cambiarte las cuatro ruedas de tu coche, por si has sido tu sin querer. Sigue su consejo.

 

 

Las películas son cortas #2

Quizá son cortas, pero siempre tienen una lección.

Ya no me veo en aquél andén.

Me conozco el techo de mi habitación hasta la última grieta.

Mi almohada ya no tiene consejos para mi.

Quizá me veo en aquél cine.

La venus de las pieles.

Lección de que, lo que no salió bien, volverá a salir mal. No es algo entrenable, algo aprendible, no es nada.

Quizá pida media noche, o quizá ni te acuerdes con el paso de los años. Solo recuerda esa forma de ser.

Son frases inconexas para los ignorantes de ciertas historias, son puntos y aparte para poner algo distinto, pero podrían ser punto y seguido.

Maldito condicional, me gusta más el presente o el futuro.

 

La maldita primavera.

«Vexo Vigo, Vexo Cangas, tamén vexo Redondela»… Así suena la canción popular gallega.

Quizá se pueda en verano, pero en días como hoy, solo nos queda ver la niebla y las nubes que surcan ese espacio de tierra, que aunque sabemos que está ahí, solo podemos ver ciertos días al año.

«Miña terra Galega, donde o ceo e sempre gris.» y así rezaba Siniestro Total en unos de sus himnos.

Me gusta la Galicia lluviosa, la Galicia de brumas infinitas que surcan todos sus puntos cardinales, así como la Galicia que nace bien entrada la primavera con un poco de sol que calienta y otro poco de lluvias que forman «arcos da vella«.

Pero he descubierto recientemente una nueva lluvia. Siempre ha estado ahí, simplemente no me había percatado. Quizá, si alguien lee esto y tampoco se ha dado cuenta hasta ahora, se sorprenda a si mismo en la próxima llovizna buscando esta lluvia, pero claro, estamos en Galicia y nadie puede saber que tipo de lluvias vendrán ni que mojaduras nos depararán.

El otro día, aunque parezca extraño, alguien me habló bien de este rincón. De este experimento de vomitación de pensamientos, que a veces solo uso para decir tonterías o similares. De las pocas palabras que dedicaron para darme una buena opinión, me quedé con una. El rincón es fresco.

Me gustó. Sí, sin más. Sale de un sitio cerrado y requemado como mi cabeza, pero era fresco. Un poquito de presión para mi siguiente vomitada. No podrían pasar muchos meses, ni ser algo terriblemente malo, aunque si saliera un poco malo, no estaría nada mal.

Solo se me ocurrió la lluvia. Y otra canción se me vino a la cabeza. «Huracanes de vientos, lluvia andante semiparalela y en todo el monte funerales alegres, naturales, de hojas muertas». Poesía de tres grandes como son Robe, Fito y Manolo Chinato.

Y sí, no es cualquier lluvia. Es una llovizna.

Existe y no existe. Es un tipo de lluvia que te hace dudar de que este lloviendo. Debes buscar un charco y ver ondas producidas por la caída del agua que no consigues ver, fijarte en algún fondo claro en un sitio oscuro o en fondos oscuros que tengan alguna proyección de luz delante y sobre todo, tener una rápida respuesta visual.

Quizá, ni en los coches con sensor de lluvia, los limpia parabrisas se lleguen a inmutar.

La duda puede habitar en ti por siempre. Si la maldita primavera vuelve a golpearte con su sol y tu nos has conseguido dislumbrar ninguno de esos indicios de crimen, siempre te quedará la duda. Así que sé rápido, busca un charco o agudiza tus retinas, enfoca y disfrúta.

La maldita primavera… M-Clan y Spotify me trajeron «mil cigarrillos» mientra escribía. Maldita, sal de ahí de una vez.

 

No me sale ningún título.

No es ninguna obra maestra. Solo soy yo escribiendo sobre algo. A nadie le llamará la atención, así que no necesito un título que enganche, que se recuerde durante años, que llegue a la inmortalidad, nada de eso…

Tengo una chaqueta muy confortable. Tiene una capucha que posee una visera en lo alto si va posada en mi espalda, o que hace esa función si va colocada en mi cabeza.

El otro día paró de llover y me la puse. Creo que se hace al revés, pero me gusta así. La gente la usa para cubrirse del agua que cae, pero yo lo hago para que mi cabeza después de la mojadura recupere su calor. Además, en los días de lluvia, pienso en decenas de cosas a la vez; pienso en problemas, en cosas creativas, es ilusiones… y me gusta que no se escapen y tengan un lugar confortable donde circular como corrientes de aire caliente.

Me dirigía al cine, absorto en esos pensamientos, que hacen que pienses en todo y en nada a la vez, es algo raro. Desde mi casa al cine es todo bajada. No necesitaba ni hacer fuerza sobre mis piernas para impulsarme y caminar, ellas solas se movían por inercia, lo que daba más rienda suelta a mi energía para dirigirse a mi cabeza a intentar poner orden a las ideas de las que ya hablé.

Además de ser cuesta abajo, es casi todo una calle recta, sin curvas o curvas muy abiertas que no se notan. La única curva que se puede llamar pronunciada es la que hace que que cambies de calle.

Mientras caminas por la calle placentera, que baja y es recta, solo ves más y más de esa calle, como si fueras por una carretera de Castilla y León… rectas e interminables. Pero cuando te acercas a la curva, todo cambia. Se empieza a vislumbran la Ría.

Esa parte de la Ría no suele ser la que más gusta a la gente, hay grúas, muchas casas tapándola, no se ven las Cíes y hay un edificio inmenso que tapa la mayoría de Ría y también de La Guía.

Quitaría el edificio gigantesco, pero me quedaría con lo demás, me gusta esa parte… es el Vigo de toda la vida, el Vigo de nuestros abuelos, con la gente en la ribera y los pescadores, con gente construyendo barcos y todo eso.

Esa parte, siempre me recuerda que quiero hacer una foto que consiga  demostrar su belleza, que alguien se de cuenta que era la parte fea, pero que en esa foto no lo parece tanto. Pero ese edificio del demonio me lo impide, eso y que siempre me olvido la cámara en casa y con la del móvil poco puedo hacer.

Este pensamiento siempre hace que me olvide de todo lo demás que estaba pensando y la energía se centra en buscar un encuadre bueno, que siga allí cuando vaya acompañado de una cámara. Una vez conseguido solo quedan unos pocos pasos para llegar al cine y no da tiempo a que mi cabeza se vuelva a despistar con sus cosas.

Siempre me cruzaba las miradas. Sonreía. A veces la vergüenza hacía que bajara la mirada otras las mantenía y sonreía también. Ese día se dirigió a mi. Me jodió el encuadre, hizo que se me olvidara todo lo anterior que acabo de explicar. Solo es perdonable si luego me haces vivir millones de situaciones buenas.

Tuvo mi perdón un par de semanas, todavía no me he acordado de llevar la cámara y volver a odiar ese edificio.

Ampliación del horizonte

Estaba sentado, el lugar era largo y se movía. Por una ventana divisaba todo lo que se movía con él.

En otro tiempo se habría fijado en la velocidad con la que avanzaba, lo que dejaba atrás y lo que venía hacia él, el estiramiento que sufrían los objetos al observarlos mientras se mueven más lentos que uno mismo… Pero no, ya no se fijaba en eso.

Apartó la mirada de la ventana por un rato, leyó y se quitó la chaqueta, ya que cada vez hacía más calor en aquél sitio.

Cuando volvió a dedicarle un poco de atención al movimiento de fuera de su ventana, observó montañas. Esas montañas estaban llenas de fuertes y gigantes árboles. Ocupaban una gran extensión, tanto las montañas como los árboles que las poblaban.

En toda esa extensión podían divisarse pequeñas manchas amarillas, lugares donde no crecían árboles, pero si lo hacían una extrañas flores amarillas. Quizá serían  Acacia dealbata o quizá Ulex, pero no era perceptible desde allí.

Era invierno, frío y lluvia en toda la geografía. Pero un amarillo brillante buscaba los pocos rayos de sol que podían llegarle. Cuando algún rayo conseguía cruzar el manto de nubes negras que arropaban al sol que los producía y se daba el caso de que iban a caer a una de estas manchas, resplandecían. Lo hacían con tal fuerza que a veces era imposible no entornar los ojos, o sorprenderse poniendo una mano delante en forma de visera.

Cada mancha, no sabía que había otras manchas cerca, pero ellas se buscaban, querían encontrarse.

Igual él se lo imaginaba, pero le pareció que las manchas querían ganarle terreno a aquellos árboles gigantes y fuertes para conseguir ser uniformes, conseguir brillar con tal fuerza que todos tuvieran que cerrar los ojos cuando llegase la primavera y apareciesen más y más rayos de sol.

Un río pasaba por la falda de aquellas montañas. El día comenzó a perder fuerza y los últimos destellos reflejaban en él, como luceros, aquellas pequeñas manchas. En otra ocasión, se hubiera preguntado si aquél río, subía o bajaba. Si aunque pareciese estanco, donde podría encontrar sus corrientes de bajada y en que lugar se estrecharía y mostraría su verdadera dirección. Pero no, tuvo que entornar los ojos, tuvo que colocar una mano en su frente simulando la parte delantera de una gorra y tuvo que suponer todo esto que aquí se cuenta.

La noche y el movimiento hicieron que los ojos entornados se fueran cerrando. El libro se cerró en una página que contenía varias visiones y cuando se dio cuenta, todo era niebla y oscuridad. Ahora se encuentra andando con los ojos entornados en sueños, pero mantiene la mente bien abierta para que nada lo ciegue.

Música mientras escribo:
Angus & Julia Stone – Mango Tree
James Vincent McMorrow – Hear The Noise That Moves So Soft And Low
Alexi Murdoch – Blue Mind
Alexi Murdoch – Orange Sky
 Angus & Julia Stone – You’re The One That I Want
Ben Folds – The Luckiest
Brett Dennen – Sydney (I’ll Come Running)
Cat Power – I Don’t Blame You
Cat Power – He War
Eddie Vedder – Society
Gregory Alan Isakov – Big Black Car
James Vincent McMorrow – Hear The Noise That Moves So Soft And Low
Jeremy Messersmith – A Girl, a Boy, and a Graveyard

#1 SUEÑOS DE SERIE B. POST – APOCALÍPTICOS.

Me desperté, la luz entraba a través de los pocos huecos por los que la persiana le dejaba. Uno de esos huecos apuntaba vilmente a mis ojos. Soy de esas personas que una vez que abren un ojo, pueden dar vueltas y vueltas en la cama pero no consiguen volver a conciliar el sueño. No quedaba otra, desayuno y ducha.

Me sentía bien, el trabajo de tantos años había dado su fruto. Hace 15 años comencé mi carrera como investigador, el primer experimento era pequeño, una planta que estaba en serio peligro de extinción y de la que poca gente se había percatado hasta ese momento. La planta se podía encontrar en mi Galicia natal y en la Bretaña francesa, por lo que en un principio unas pocas semillas bastaron para intentar conseguir un protocolo sencillo de germinación y propagación. Nada que pareciera muy importante por aquel entonces.

Una vez conseguido aquel logro, el siguiente paso era llevar lo investigado en el laboratorio al campo. Mediante un sencillo experimento, algunas plantas dejarían de alimentarse de forma heterótrofa y comenzarían a sintetizar sus propios azúcares, conseguirían además materiales del suelo y fortalecerían sus raíces para ello. Ese paso era crucial para poder trasplantar las supervivientes de esa selección a su lugar de origen, pudiendo así repoblar las zonas en las que había desaparecido ese espécimen y volviendo a obtener una población estable de la especie en el mundo.

Fue un gratificante experimento. Conseguí publicar un par de artículos sobre ello, que la planta desapareciera de los libros en los que se encontraba como especie en peligro y una gran experiencia enriquecedora en muchos sentidos.

Al principio, parecía que aquello no tendría  gran repercusión en ningún sitio, no había mercado para aquella planta, nadie quería tener en casa una burda hierba que no daba alimento ni flores hermosas y en principio no tenía ningún elemento que le diera un encanto embriagador, más allá del que podía tener yo por ser mi experimento.

Empecé al año siguiente un máster en biotecnología, en el que se me dio la oportunidad de empezar un trabajo de fin de máster que podría servir como principio de una tesis. Como ya tenía experiencia en investigación, el departamento donde había trabajado me dio la oportunidad de continuar los estudios sobre mi encantadora amiga. En principio sería otro simple trabajo en el que habría que descubrir los componentes de la misma y sus aceites esenciales, sin más pretensiones que conocerla un poco mejor. Todo parecía bastante simple, nada me decía que se armaría el revuelo que años después se armó…

CONTINUARÁ…

Música escuchada mientras surgía esta patraña,

siento si es tan aleatoria que duele a la vista:

-The Zombies – She’s Not There
 – Lighthouse Family – High
– Bob Dylan – Blowin’ in the Wind
-Enrique Urquijo y Los Problemas – Aunque tú no lo sepas
–  Marea – Romance de Jose Etxailarena
– Mike Oldfield – Muse
– Antonio Vega – El Sitio De Mi Recreo
 – Coldplay – A Message
– Tony Sly – Not Your Savior
– Bon Iver – Skinny Love

Las películas son cortas.

Suena Queen en mis cascos, » The show must go on«, no quiero ser presuntuoso, pero aunque esto no es ninguna joya, me apetece escribir.

Sé perfectamente de que hacerlo, una sensación que se ha roto, pero que quedó grabada. Sentirse en una película en algún momento concreto, puede ser corto o muy largo, pero ese momento suele acabar y normalmente lo hace más pronto que tarde.

Estar sentado en una estación, esperando un tren. Aunque aún no lo has visto, te los imaginas como los de antaño y todo se vuelve blanco y negro. Hace mucho frío, estás bien abrigado pero hay un aire frío que se cuela aunque no quieras. Todo el mundo está al calor de la estación, pero tu estás sentado al otro lado de la vía, en un banco que tiene una gran columna que sujeta el techo de la estación y que además para el viento frío que quiere enfriar tu espalda. La verdad, es que sabes que nada puede molestarte en ese momento, es una escena en que te imaginas una cámara en lo alto de la estación que se acerca lentamente por detrás. Se te ve pensativo y es cierto que lo estás. Pero es bueno, se acerca el tren, al que sigues sin ver como nuevo y escuchas que se aproxima el regional, aunque solo es lo que quieres escuchar.

Pero la película es corta, quizá es más larga que esas que venden en cines y videoclubes, pero corta al fin y al cabo. Y en el calor de tu hogar, al poco tiempo te da alcance ese viento que te enfría el pensamiento y aunque intentes correr a coger una rebequita como diría cualquier madre entrenada en el asunto, te hiela, te paraliza y quizá aunque sabes que no habías pagado nada por esa película, te gustaría  que no todo volviese a tener contraste y saturación, que no existiese ese color.

Cierra los ojos, duerme y quizá al levantarte vuelvas a ver otra escena. » The river» suena ahora en mis cascos, la lista de reproducción no ha avanzado mucho, pero la conclusión es clara. Quizá Bruce quiera que la siguiente película sea en un río… no le negaré el placer.

Historias de un autobús

Él subía cada día en ese autobús, saludaba, le sonreía e intercambiaban las palabras justas. Siempre algo se le quedaba en el interior, pero le daba igual. Durante el viaje procuraba sentarse en su misma fila, pero en la ventanilla contraria y mientras veía los árboles pasar, intercambiaba alguna mirada con ella, o simplemente la observaba de soslayo. Su humor era voluble, siempre era feliz de verla en ese asiento, siempre se levantaba con ganas de llegar y encontrársela, pero esa felicidad se esfumaba con el paso de los minutos. Cuando el autobús paraba y sus caminos se separaban, a él le cambiaba el gesto hasta la mañana siguiente. Observaba sus fotos para las que posaba en alguna página con el resto de sus amigas y se le llenaba el alma de rabia cuando en vez de amigas, veía a alguno de esos que capaban el futuro de la bonita chica.

Ella era la típica chica menuda, con un cuerpo de niña que no llamaba demasiado la atención a los que no la conocían y con esa carita joven que vislumbraba una gran sonrisa que conseguía enamorar a cualquiera. Además tenía una forma de mirar, que invitaba a querer conocerla y acercarse a esos labios carnosos que decían muy pocas palabras al día. Le encantaba estar sola, pasear y hacerse la tonta siempre que le preguntaban algo, además tenía una rara afición que no hizo más que darle desgracias y dolores de cabeza. Le encantaba rodearse de gente que no le convenía, pero no por que esa gente se fumara la vida y no dejara hierba para nadie más, ni tampoco porque quisieran imponer su pensamiento en ella, si no porque su fragilidad a la hora de creer en su futuro hizo que no se viera una mujer de provecho en él y se dejo arrastrar, como el mar arrastra a cualquier animal muerto hasta la orilla. Era una chica con un expediente académico notable, no quiso hacer carrera ni un fp superior, solo quiso ser popular donde creía que lo era y dejo de lado las miradas y las sonrisas de aquél chico que le parecía de otro mundo y sí… se echó a perder.

Yo quería imaginarme esta historia con un final sin lágrimas, con un final en que después de muchos años se reencuentran, no se si en ese autobús donde compartían miradas y saludos o, si simplemente, en cualquier cola de la compra, de cualquier lugar, en cualquier ciudad y sus miradas vuelven a conectarse y simplemente las cosas fluyen como debieron fluir hace muchos años.

Pero el final fue distinto, él ya tiene una familia y es feliz y ella es madre soltera y vive con sus padres. Ayer se volvieron a encontrar en la parada del mismo autobús como hace años. Él llevaba a su hijo y ella a su hija y el destino hizo que reconocieran sus miradas al primer instante, pero no se dijeron nada, todo fue como había sido en el pasado, un saludo, una sonrisa y una espera interminable por aquel autobús. Llegó el final de la espera, los padres se despidieron de todos los niños y cuando el autobús se fue, él se atrevió a acercarse, pero no le dijo lo que toda su vida quiso decirle. Ella se quedó con los ojos vidriosos mirándolo, él la abrazó y al oído le susurro que cuidara muy bien de su hija. Mientras se iba se preguntaba que hubiera pasado si en su día ella hubiera accedido a algo más que miradas, pero era tarde, muy tarde.

Este microrelato, no es más que la historia que pasó por mi cabeza hace muchos años. La chica y el chico son reales, también el autobús. así como mi imaginación. De está historia, surgió una canción que compuse en su momento pero que nunca me gusto tocar, porque era demasiado dura para que la voz aguantara sin quebrarse.

MARCIANOS SIN BOMBONAS DE METANO

Hoy traigo otra cosita nueva al blog. Es un estilo copiado de un compañero que hace algo así en su blog, pero bueno… citar párrafos de otra gente para comentar algo, supongo que se le puede ocurrir a cualquiera… o no…

Hoy le han comprado a mi padre que está en el hospital la Muy Interesante (no cobro por esto) para que se entretuviera un rato, pero digamos que a mi me dio la risa cuando me lo contaron y a mi padre cuando se la enseñaron. Con el Marca (por esto tampoco) en la mano ya es feliz.

La revista empieza muy bien, antes de explicarnos como va a transcurrir nuestra lectura en sus hojas, ya ponen una foto de Xabi Alonso vestido como el señor que es y eso, ya llama la atención… (es jugón…). Después de un par de anuncios más allá, en la página 8, vuelvo a mi infancia, gracias a un título que me evoca a mis pensamientos juveniles, buscando en el cielo cosas extrañas, queriendo encontrar objetos que no deberían estar ahí, o nubes con extrañas formas que pudieran esconder algo al antojo de seres más inteligentes y poderosos.

El artículo lo firma Antonio Muñoz Molina, uno de los muchos autores españoles actuales que están en auge y que además es la última vocal en la RAE. El título, Desaparecen los marcianos, hace referencia a los últimos hallazgos del Curiosity en Marte, donde parecía ser, que habían detectado una gran cantidad de metano que debería proceder de vida bacteriológica, pero en realidad la cantidad ha sido de 6 veces menos lo esperado, disminuyendo infinitamente la probabilidad de encontrar vida en es ése planeta. El autor nos transporta a su pasado lleno de sueños y anécdotas para llevarnos con un gran golpe anímico al desenlace final:

¿ Qué habrá sido de los viejos ufólogos de nuestra adolescencia, los que aparecían opinando con severidad de catedráticos en los programas de televisión y eran entrevistados en los periódicos, los que tenían a veces hasta programas propios donde examinaban con gran rigor las pruebas de avistamientos de naves alienígenas, o de contactos personales con extraterrestres? Aparecían con un fondo de estanterías bien nutridas, como profesores eminentes. Algunos fumaban gravemente en pipa, o llevaban perilla. El modelo gurú, con barbas pobladas, mirada fija y aire rasputinesco, se impuso años después, cuando ya aquellos saberes perdieron del todo su respetabilidad y fueron confinados a revistas delirantes y horarios de madrugada en la radio o la televisión. […]

[…] Los ufólogos serios utilizaban sobriamente el lenguaje de la astronomía, no el de las novelillas baratas de monstruos invasores. Estudiaban la correlación entre las fases de máxima cercanía de Marte a la Tierra y la frecuencia de avistamientos de posibles naves, y discutían el trazado de los hipotéticos canales del planeta rojo. […]

[…] Como las utopías políticas de los años sesenta, las expectativas de vida marciana se han ido desmoronando muy rápidamente con el paso del tiempo. Ni la Tierra será nunca un paraíso comunista, como prometía la letra de la Internacional, ni Marte ha sido nunca una base de naves exploradoras o de aquellos artefactos bélicos que inventó H. G. Wells, y de los que Orson Welles hizo un uso tan espectacular en la radio.