No es ninguna obra maestra. Solo soy yo escribiendo sobre algo. A nadie le llamará la atención, así que no necesito un título que enganche, que se recuerde durante años, que llegue a la inmortalidad, nada de eso…
Tengo una chaqueta muy confortable. Tiene una capucha que posee una visera en lo alto si va posada en mi espalda, o que hace esa función si va colocada en mi cabeza.
El otro día paró de llover y me la puse. Creo que se hace al revés, pero me gusta así. La gente la usa para cubrirse del agua que cae, pero yo lo hago para que mi cabeza después de la mojadura recupere su calor. Además, en los días de lluvia, pienso en decenas de cosas a la vez; pienso en problemas, en cosas creativas, es ilusiones… y me gusta que no se escapen y tengan un lugar confortable donde circular como corrientes de aire caliente.
Me dirigía al cine, absorto en esos pensamientos, que hacen que pienses en todo y en nada a la vez, es algo raro. Desde mi casa al cine es todo bajada. No necesitaba ni hacer fuerza sobre mis piernas para impulsarme y caminar, ellas solas se movían por inercia, lo que daba más rienda suelta a mi energía para dirigirse a mi cabeza a intentar poner orden a las ideas de las que ya hablé.
Además de ser cuesta abajo, es casi todo una calle recta, sin curvas o curvas muy abiertas que no se notan. La única curva que se puede llamar pronunciada es la que hace que que cambies de calle.
Mientras caminas por la calle placentera, que baja y es recta, solo ves más y más de esa calle, como si fueras por una carretera de Castilla y León… rectas e interminables. Pero cuando te acercas a la curva, todo cambia. Se empieza a vislumbran la Ría.
Esa parte de la Ría no suele ser la que más gusta a la gente, hay grúas, muchas casas tapándola, no se ven las Cíes y hay un edificio inmenso que tapa la mayoría de Ría y también de La Guía.
Quitaría el edificio gigantesco, pero me quedaría con lo demás, me gusta esa parte… es el Vigo de toda la vida, el Vigo de nuestros abuelos, con la gente en la ribera y los pescadores, con gente construyendo barcos y todo eso.
Esa parte, siempre me recuerda que quiero hacer una foto que consiga demostrar su belleza, que alguien se de cuenta que era la parte fea, pero que en esa foto no lo parece tanto. Pero ese edificio del demonio me lo impide, eso y que siempre me olvido la cámara en casa y con la del móvil poco puedo hacer.
Este pensamiento siempre hace que me olvide de todo lo demás que estaba pensando y la energía se centra en buscar un encuadre bueno, que siga allí cuando vaya acompañado de una cámara. Una vez conseguido solo quedan unos pocos pasos para llegar al cine y no da tiempo a que mi cabeza se vuelva a despistar con sus cosas.
Siempre me cruzaba las miradas. Sonreía. A veces la vergüenza hacía que bajara la mirada otras las mantenía y sonreía también. Ese día se dirigió a mi. Me jodió el encuadre, hizo que se me olvidara todo lo anterior que acabo de explicar. Solo es perdonable si luego me haces vivir millones de situaciones buenas.
Tuvo mi perdón un par de semanas, todavía no me he acordado de llevar la cámara y volver a odiar ese edificio.