Esperaba sentado, libro en mano. Al fondo, el sol se peleaba con algunos nubarrones por poder mostrarse antes de postrarse en el horizonte. Fotografiaba el momento y seguía leyendo mientras el sol todavía se lo permitiese.
El libro, por el momento, solo traía vieja nostalgia del autor y un olor a nuevo, a recién comprado. Mientras por encima de su nariz, bullicio, gente, animales, coches, bicicletas, autobuses y pensamientos le hacían compañía.
Sabía que la espera sería larga, pero no importaba, él lo quiso así, lo mejor estaría por venir.
Tiempo después, el sol comenzó su bajada. Como si la gravedad de la tierra de repente le afectase, se acercó a la extensiones de tierra lejanas y las atravesó más rápido de lo que se le presuponía en su caída. Como si ese sol que acababa de desaparecer pulsara un interruptor, todas las luces de la ciudad lejana comenzaron a encenderse, poco a poco la oscuridad comenzó a ganar la partida y la compresión de cualquier escrito se hizo dificultosa para cualquiera con buena visión.
Cuidadosamente posó el marcador de páginas sobre la melancolía, comprobó que había recibido el mensaje que tanto esperaba y se levantó para acudir a su cita.
Nos dejó un recuerdo.